Martes 14 Julio

Mateo 11, 20-24

 

~ En aquel tiempo, se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho casi todos sus milagros,

porque no se habían convertido ~

 

Después del discurso misionero de Jesús, nos encontramos con esta traba de la incredulidad y el rechazo al mensaje del reino. Las ciudades que aparecen en este Evangelio son florecientes, situadas al borde del lago de Tiberíades: Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm. Eran ciudades sede de las escuelas rabínicas; por tanto, un lugar importante de la cultura religiosa. Pero también eran ciudades entrañables para Jesús. En ellas había hecho la mayor parte de sus milagros, y aun así no habían mostrado la mínima enmienda como primer paso para el reinado de Dios.

Recojamos este reclamo de Jesús en carne propia. Es posible que igual que los habitantes de aquellos poblados, nosotros hayamos visto las maravillas que Jesús ha obrado en nuestras vidas y, sin embargo, sigamos sin reaccionar. Consideremos que el problema es doble: por un lado, no reconocer el don de Dios ni su llamada a crecer. Por el otro, pensar que nuestras faltas son pequeñas y que no necesitamos convertirnos.

En la práctica parece que nos tratamos bastante bien a nosotros mismos. Damos por hecho que Dios debe ser generoso y que, en su misericordia, no tendrá en cuenta nuestras pequeñas faltas. La pregunta que nos debemos hacer es si en verdad son “pequeñas”. ¿No se destruye el mundo a causa de pequeñas corrupciones? ¿No es real que el mundo se ve amenazado por violencias que se visten con apariencia de religiosidad? Y es que nos bañamos de pureza y acabamos viviendo de forma corrupta, espiritualmente hablando; y a partir de esa corrupción nos cerramos al influjo de Dios.

Jesús nos ofrece salir de nuestra religión cómoda. Nadie hay tan puro y completo en su relación con Dios que no necesite de enmienda y de conversión. Si uno quiere crecer en Dios, no puede partir del supuesto de que todo está bien y que si algo hay de malo, Dios tiene la obligación de pasarlo por alto. Jesús esperaba lo mejor de los habitantes de estas ciudades, donde radicaban los círculos intelectuales de Galilea. Jesús espera lo mejor de nosotros.

 

Oración:

Señor Jesús, hazme vivir de maravillas. Que reconozca hoy y siempre la necesidad de convertirme y de crecer en el conocimiento de tu amor. Pensando este Evangelio, me doy cuenta de que he sido ingrato e indiferente, he recogido lo que me conviene de cuanto me ofreces, y a lo demás ––a vivir de acuerdo con los valores de tu reino–– me he resistido así, de manera simulada, testaruda y pobre. Ayúdame a vivir de enmiendas en mi vida; deseo crecer tanto como sea posible en mi relación contigo y con tu Padre, y ser agente de cambio en mi comunidad.

Permite que en mi casa demos lo mejor de nosotros mismos, que nos convirtamos a ti. Amén.

 

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