Viernes 5 Julio

Mateo 9, 9-13

~ Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores ~

Jesús se mantiene en la intención de abrir su proyecto más allá de cualquier marginación política, religiosa o social. Igual que con el paralítico de ayer, como si atravesara con su mirada el corazón del hombre, Jesús descubre las necesidades más íntimas de Mateo. Un pecador público, excluido de Israel. Su condición de recaudador lo mantenía sometido de toda relación. Manejaba el dinero considerado impuro. Era un dinero habido a costa de los más pobres, y con el sello de los explotadores. Mateo colaboraba así con la autoridad extranjera: podía establecer los tributos de manera arbitraria y, en ese sentido, robar. En fin, la opinión popular los tenía por ladrones, injustos y adúlteros.

Al centro hallamos que Jesús no excluye a nadie de su amistad. En su nueva comunidad, la del banquete mesiánico, participan también los excluidos de Israel. Impresiona que el pasado del pecador quede borrado; y que no haya más condiciones para vivir en el Reino, que la fe sincera. Esa escritura que no ponen en práctica los fariseos, o bien desconocen ––la del profeta Oseas 6,6: “Misericordia quiero y no sacrificios”–– es con la que Jesús enseña que el amor está por encima del culto y de la observancia.

Por lo demás, entendemos que los más fuertes son los dirigentes; y los que se encuentran mal son el pueblo oprimido. Y de igual modo, justos son los que están satisfechos de sí mismos; y pecadores, los que desean y sienten la necesidad de ser salvados.

Además de recoger de este Evangelio que Jesús no excluye a nadie de su amistad, lo cual nos llena de esperanza, encontramos la enseñanza de cómo hemos de vivir la religión.

Con sus palabras: “Misericordia quiero y no sacrificios”, Jesús nos lleva a vivir una religión auténtica, esencial; en la que una práctica ritualista y sin compromiso no se sostiene. Nuestros actos de culto han de ser consecuencia de la experiencia de amor y fraternidad, que rompe las barreras de la discriminación, la marginación y la exclusión.

Oración:

Señor Jesús, cuánto deseo vivir a plenitud mi fe; ayúdame a conformar mi vida como una continua oblación a ti. Que cada mañana, en mi trabajo y en mi desarrollo personal, encuentre la forma de darte culto, pero solo si esas oraciones y sacrificios ofrecidos por mí nacieran del ejercicio de mi amor por ti, mi familia y los demás. Abre mi mente y mi corazón para que sea consciente de cuándo alguien está siendo excluido o marginado.

Permite que en casa, con los míos, hagamos de nuestro hogar un lugar de oración y de amor. Que sirvamos, en la medida de nuestras posibilidades, actuando la piedad y la misericordia, para que se extienda la apertura al marginado social y religioso, la tolerancia y la justicia. Amén.

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