Viernes 1 Septiembre

Mateo 25, 1-13

 

~ Mas a medianoche se oyó un grito:

¡Ya está aquí el novio! ¡Salgan a su encuentro! ~

 

La enseñanza de esta parábola: “Velen, pues, porque no saben ni el día ni la hora”, nos concientiza acerca de nuestra responsabilidad personal ante Dios. No es sustituible; las actitudes de previsión y vigilancia no se pueden prestar. Así se entiende que las vírgenes previsoras no han dado aceite a las necias. Porque nuestra respuesta personal a Dios es insustituible. Cuando llegue el momento final de nuestra reunión con Él, nos encontrará, o no, con la luz encendida. Esta luz no se puede encender a última hora: significa una vida continua de vigilante espera.

 

Nosotros estamos en el tiempo de la vigilancia, el que media entre la ascensión de Jesús hace dos mil años y su vuelta gloriosa al final de los tiempos, cuando juzgará a vivos y muertos. A este momento final le llamamos “parusía”. Se trata de vivir nuestra vida con fidelidad a Jesús y a su proyecto, en tensión amorosa, y esperar sirviendo al Reino de Dios.

 

Aunque las diez vírgenes parecen ser las protagonistas de esta parábola, en realidad no es así. En efecto, brilla la figura del novio que se dilata en llegar, así como el aceite, que es necesario para entrar al banquete de bodas. En esta espera, iluminados por la lámpara de nuestra vigilancia en amor y fe mantenidos, constatamos que la muerte ––hacia donde nos dirigimos–– nada tiene de terrible; más bien, corona la vida que hemos llevado.

 

El aceite indispensable para ser admitidos en el banquete nupcial, desde San Agustín, es interpretado, por muchos, como el símbolo del amor que no se puede comprar, pero sí recibir como regalo. Se conserva en la intimidad, y con él practicamos las mejores obras de nuestra vida.

 

Aprovechemos mientras podamos; vivamos nuestra espera como una vigilia amorosa y responsable, haciendo obras de misericordia, porque tras nuestra muerte ya no será posible. Cuando nos despierten para el juicio final, estemos seguros de que el veredicto se basará en el amor que hayamos practicado en la vida terrena.

 

Oración:

Señor Jesús, no permitas que me vea excluido de tu banquete de bodas. Enséñame a prever el aceite de mi amor, para mantener encendida la luz hasta que llegues. Me sobrecoge la idea de que vendrás tarde o temprano y me despertarás de estas realidades mundanas para llevarme a la vida que no se acaba, en tu compañía. Permite que en casa, todos seamos responsables de lo que nos toca vivir, manteniéndonos vigilantes y en una tensión amorosa tal, que no dejemos que nuestra lámpara se apague. Haz que suceda, despiértanos para el juicio final y llévanos a vivir en ti. Amén.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *