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20 enero, 2022

Entre Sanación y Salvación

Jueves 20 Enero

Marcos 3, 7-12

 

~ Que le prepararan una pequeña barca,

para que no lo aplastaran ~

 

Los milagros de Jesús, sus curaciones y liberaciones, son signo de la cercanía del reino de Dios; la muchedumbre que acudía a él deseaba una curación, más que escucharlo o convertirse. Ven en Jesús un taumaturgo con poder, desean su poder sin importarles su proyecto. Por eso Jesús se retrae. Los milagros no son el fin último de su misión, sino la salvación integral de la persona.

 

Reaparece aquí la tentación de poder que vivió en su desierto: por un lado está la gente que lo halaga, buscándolo y pidiéndole su don y, por otro, los poseídos de espíritus inmundos, que le gritaban su identidad: “Tu eres el Hijo de Dios”, todo estaba a punto para que Jesús se sentara en ese trono de fama, de administración, de dominio y poder. Pero esa no era su misión. Silencia a los espíritus inmundos para que no corra una falsa interpretación de su mesianismo. Él no vino a ejercer un mesianismo administrativo, político, sino la salvación.

 

La muchedumbre bien puede esperar, el momento en que serán sacados del mar en la gran pesca de la salvación (Ez 47,10). Es probable que Jesús experimentó esto: el deseo profundo de esa muchedumbre, de salir de su condición de necesidad; pero previó para ellos no solo lo que les urgía, sino lo más necesario para ser salvados.

 

En este sentido, la sanación y la salvación van de la mano; y lo que suceda primero, no depende de nosotros, sino la actitud con la que buscamos a Jesús: no solo por su don, sino por la experiencia de salvación con que nos acompaña.

 

Esperemos la sanación, mientras llega la salvación. Sigamos a Jesús, escuchémoslo y hagamos las obras de su proyecto, al final tendremos lo mejor.

 

Oración:

Señor Jesús, que mi fervor por seguirte no nazca de un pobre interés, mucho menos del fanatismo, sino del amor a tu persona y a tu proyecto de salvación. Ayúdame a dejar una fe infantil, para vivir la fe madura de tu reino.

 

Que en mi casa siempre te sigamos, bien de cerca, incluso en medio de las multitudes, pero sin aplastarte. Que nos sacien tus palabras y que nos consuelen las buenas obras que hagamos en tu nombre, como signo de que nos estás salvando. Amén.

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