Martes 19 Julio
Mateo 12, 46-50
~ Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial,
ése es mi hermano, mi hermana y mi madre ~
Es probable que todavía hoy, por simple desconocimiento o por condicionamientos de tipo histórico, imaginemos el hogar de Jesús como una casita de dos o tres habitaciones, una de ellas el taller del carpintero, y las otras dedicadas a la vida familiar de tres personas. En realidad no era así. La familia de Jesús no podía reducirse a José y a María; era una familia común, una familia patriarcal compuesta por primos y tíos, una familia extendida. Muy semejante a las familias clásicas rurales de todos los tiempos.
Demos un paso adelante y entendamos que Jesús vino con una misión que no se circunscribe ni a su familia nuclear, con su madre y su padre, ni a la familia extendida de su hogar; y tampoco al mismo pueblo de Israel como familia o patria, sino que es universal. Así se entiende esta expresión por demás hermosa de Jesús: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.
La madre y los hermanos ––sin nombre–– que han venido a buscar a Jesús representan a Israel, en cuanto al origen de Jesús y en cuanto miembros del mismo pueblo.
Si leemos bien la simbología de este Evangelio, encontraremos que estos familiares, Israel, se están quedando afuera del proyecto universal de Jesús, en vez de entrar con él; Jesús está rompiendo su vinculación con una familia-pueblo que no da el paso a la libertad; y también fundando la nueva familia, que se mantiene abierta a la humanidad entera. La única condición es entrar en la propuesta con Jesús, darle su adhesión y hacer un compromiso semejante al suyo, abierto, libre y universal.
Los discípulos nuevos, que somos cada uno de nosotros, constituimos la familia de Jesús, su familia más cercana y entrañable, y eso… se experimenta en nuestras formas de vida, en la manera en que amamos y servimos; y en el modo en que implantamos en el mundo la visión creyente, la verdad, la esperanza y el amor de Jesús, nuestro más cercano familiar.
Oración:
Señor Jesús, gracias por permitirme pertenecer a tu familia. Descubro que soy tu familiar, no solo para este mundo, sino en tu casa del cielo. Creo que allá seremos una gran familia extendida y patriarcal, con tu Padre y el Espíritu. Ayúdame a vivir siempre así, con un corazón abierto a las familias del mundo, y a esperar mi familia definitiva en tu reino del cielo.
Permite que, en mi hogar, ninguno de mis familiares se quede fuera, que todos entremos desde nuestros trabajos y servicios, y desde nuestra relación interior, en tu familia extendida. Amén.