Sábado 30 Marzo Sábado Santo
Marcos 16, 1-7
~ No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto ~
Los cuatro relatos de la resurrección —Mt 28,1-10; Mc 16,1-8; Lc 24, 1-12; Jn 20,1-10—, nos llevan a descubrir aquella mañana hermosa y única, como el nuevo día de la creación definitiva en Jesús.
Las mujeres no esperan que Jesús haya resucitado; solo desean mostrar su cariño a Jesús, a través de aquella unción de perfumes. Se antoja imaginar aquél camino hacia el sepulcro, percibir el viento fresco del amanecer y el aroma de la hierba pisada; percibir el silencio humano, en contraste con el bullicio de la naturaleza que despierta; y absorber los primeros rayos de luz sobre el rostro.
El primer día de la semana, nos recuerda Gn 1,5: la creación. El joven sentado a la derecha, bien puede ser Jesús, ahora glorificado. Ellas no lo reconocen porque en su mente permanece la imagen de Jesús fracasado, crucificado. Tienen que recoger de aquel depósito de verdades, los signos de la vida y leer que la nueva vida de Jesús ha vencido la muerte para siempre. Y no solo para él sino para todos nosotros.
La misión de Jesús para sus discípulos, y especialmente para Pedro que había renegado, consiste en abandonar Jerusalén, es decir, salir de los condicionamientos e ideologías de un falso mesianismo. Y comenzar el trabajo para el que los formó, a partir de Galilea, a partir de la nueva experiencia de amor a Dios y al prójimo.
Cada año, en la celebración de la pascua, nos encontramos con una fiesta de fe y de vida inmortal que quizás no siempre alcanzamos a disfrutar. Recojamos hoy de este evangelio, la Buena Noticia de la resurrección, dejemos venir no solo la sensibilidad triunfalista de este acontecimiento, sino el deseo de estrenar la vida nueva, la que experimentamos en Jesús, esa no tiene fin.
Oración:
Señor Jesús, ¡Qué mañana! Llena de signos, de luz, de vida y de esperanza. Se me enchina la piel de solo imaginar tu sepulcro vacío y el rostro de aquellas primeras mujeres. Haz posible que yo me recree en ti, que sea una nueva creatura, atento a lo trascendente de la vida que me das, a la relación amorosa contigo, con tu Padre y el Espíritu.
Permite que junto con mi familia, hagamos el camino de tu resurrección, y volvamos el rostro hacia el futuro, hombro a hombro con nuestros hermanos, hacia la vida que no se acaba. Amén.