Martes 17 Agosto

Mateo 19, 23-30

 

~ Y todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas,

padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre ~

 

Igual que en el Evangelio anterior, el del joven rico que no se atrevió a dejar sus riquezas para seguir a Jesús, ahora recogemos una sentencia muy dura con el mismo tema: más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos. Aunque nos parezca una exigencia difícil de aceptar ––y en esto nos asemejaríamos a los primeros discípulos––, Jesús tiene su razón: nadie que no esté dispuesto a compartir su vida, sus actitudes y su destino puede, en sentido estricto, ser su discípulo.

 

La reacción de los discípulos: entonces, ¿quién podrá salvarse?, “subsistir”. Es decir: si renunciamos a los bienes materiales, ¿cómo evitaremos la indigencia y pondremos a salvo la vida física? Ellos entienden que la única manera humana de subsistir está en el uso de la economía, aunque cause miseria en otros. Además, esta pregunta surge para confrontar su tradición judía, que veía la riqueza como una bendición de Dios. Jesús los remite a una comprensión mayor: para Dios y para quienes lo siguen, todo es posible. Está claro que Jesús forma a sus discípulos, quiere que se sacudan la ideología del dinero. En las categorías de su Reino, la riqueza ––entendida como acumulación de bienes que se alcanza no sin injusticias–– y los ricos no tienen privilegio alguno.

 

Es posible que mejore nuestra comprensión respecto de la riqueza y de pasar por el ojo de una aguja si consideramos que en la ciudad amurallada de Jerusalén, una vez que caía la tarde-noche, se cerraban las puertas de acceso y solo permanecían abiertos unos ojos de aguja en el muro. Se trataba de pasos peatonales para quien se hubiera quedado fuera. Pasaba por ese ojo de aguja una persona, pero no una bestia, y menos una bestia con carga. Aunque resulte inapropiado el ejemplo, se puede leer que quien no ha entendido a Jesús es el rico que llega tarde ocupado en sí mismo, en su beneficio particular, y no en el servicio a los demás, cuando la puerta está cerrada. Es como una bestia cargada. No entrará ni quitándose la carga, que resulta lastre para ingresar en el Reino. En este sentido, cabría primero un camello que un rico.

 

¿Cuál es la carga que se me atora en el ojo de la aguja? Nosotros no somos discípulos como los que Jesús tenía enfrente. Quienes ya tienen una familia y una profesión, desde las que sirven a las realidades del Reino, no están llamados a abandonar todo por seguir a Jesús, pues eso sería irresponsable; pero sí a considerar el justo uso y distribución de sus riquezas, y la libertad para entrar en el Reino. Para los que han sido llamados al ministerio sacerdotal o misionero, sigue operante la experiencia de Pedro: hay que dejar casa, hermanos, padre e hijos.

 

Oración:

Señor Jesús, deseo seguirte con equilibrio. Ayúdame a distinguir entre lo superfluo y lo necesario de los bienes que me sirven para subsistir; que no me acostumbre a llevar cargas que después me atoren para la entrada a tu Reino.

 

Permite que en casa, todos seamos de carga ligera y estemos dispuestos a seguirte en el servicio de los demás. Amén.

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