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4 diciembre, 2020

Los últimos Profetas

Domingo 6 de Diciembre

Marcos 1,1-8

           

El inicio del Evangelio de Marcos nos regala una visión panorámica del profetismo: por un lado la promesa en voz del Profeta Isaías, que podemos considerar como el último de los Profetas del Antiguo Testamento; y por el otro Juan Bautista, a quien podemos considerar como el primero de los Profetas del Nuevo Testamento.

Marcos evidencia que ambos profetismos están en perfecta secuencia: “En cumplimiento de esto, apareció en el desierto Juan el Bautista predicando un arrepentimiento para el perdón de los pecados”. Pero, al mismo tiempo, es claro que el profetismo mesiánico ha llegado a su culmen.

Nos viene una buena pregunta este domingo: nosotros, los cristianos del tercer milenio, ¿esperamos un nuevo profeta?

La respuesta es negativa: no esperamos un profeta más al estilo de Isaías y Juan Bautista. Con la llegada de Cristo ese profetismo llegó a su fin; para ello fueron llamados.

En Cristo conocemos la plenitud de La Revelación, la plenitud de la comunicación con Dios y de la salvación.

Pero, ¿habrá más profetas entre nosotros? Sí, nosotros mismos, los que hemos sido alcanzados por Cristo, somos los nuevos y últimos profetas, con la misión de anunciar a Jesucristo muerto y resucitado; y de comunicar al mundo la experiencia del amor en nuestro encuentro con Él.

¡Qué importante experimentarnos como últimos profetas, como aquellos a quienes toca informar al mundo de las realidades salvíficas de Dios y de su llamamiento a una vida de comunión plena con Él, en la etapa final de la historia!

Al ser conscientes este domingo de ser los últimos profetas, ¿qué experimentas? Probablemente compromiso, alegría, esperanza, etc.

En medio de un mundo de falsos profetas, un mundo que tiene necesidad de enderezar caminos a través de una palabra de esperanza y de verdad, nosotros queremos ser últimos profetas.

 

Oración:

Señor Jesús, me emociona anunciarte, decir con actitudes los bueno que has sido conmigo. Ayúdame a mantenerme en continuo estado de conversión. Que rectifique mi conducta todas las veces que sea necesario.

 

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