Domingo 17 Mayo

Juan 14,15-21

 

Las personas de las que se está despidiendo Jesús, sus discípulos, recibieron el Espíritu de Dios; esto no es tan simple de comprender. Jesús habla de una comunicación espiritual y misteriosa de su persona: “el mundo no me verá más, pero ustedes sí me veránaquel día entenderán que yo estoy en mi Padre, ustedes en mí y yo en ustedes”. Para cualquiera de nosotros vivientes del Siglo XXI, no es tan fácil entender esta presencia espiritual, pero tampoco nos es tan lejano. Basta con darnos cuenta de que mientras vivimos en el mundo, estamos inacabados, imperfectos. Nos basta con descubrir la precariedad y la caducidad de nuestro cuerpo para entender que la única manera de trascender, es nuestra capacidad espiritual.

Las personas de Espíritu no son personas fantasmales. Todo lo contrario, son personas que actúan en la realidad movidas por el Espíritu de Dios.

Cuando Jesús habla de que hay que cumplir sus mandamientos para que nos envíe a su paráclito, hemos de entender que las personas de Espíritu vivimos una ley interna, inscrita en nuestro corazón; una ley que se transparenta en la realidad material, marcándola con el sello de la vida de Dios. Felipe lo estaba haciendo en Samaria y los apóstoles tuvieron que trasladarse allá; Pedro y Juan, para imponer las manos sobre los convertidos y transmitirles el Espíritu Santo.

Cuando Jesús se va, hace a sus discípulos y a los que habríamos de venir después de ellos, personas de Espíritu. No nos deja solos, privados de su presencia, se queda en medio de nosotros, con una presencia no-corporal sino espiritual y misteriosa, pero real.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles escuchamos que una persona de Espíritu, el diácono Felipe, predicó en Samaria y que numerosas curaciones acompañaron su anuncio. Entonces “La ciudad se llenó de alegría” —8,8—. Así de real puede ser el influjo del Espíritu en nuestra vida cotidiana. Las personas de Espíritu estamos llamados a alegrar la ciudad. Y por extensión, a ser consoladores.

Podríamos preguntarnos: ¿Esto es posible? ¿Es posible que personas ordinarias como nosotros, los bautizados y confirmados, hagamos visible la verdadera alegría del ser humano, a través de un anuncio sencillo?

 

Vivamos de comunión

El Espíritu hace posible esto: que vivamos la vida en Dios y con los demás. Las personas de Espíritu podemos experimentar y actuar la consolación de Dios, trascender los límites del mundo, crecer en nuestra identidad espiritual y hacer patente, en medio de nuestra realidad, el amor perfecto de Dios.

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