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25 marzo, 2022

Hagamos La Fiesta

Domingo 27 Marzo

Lucas 15, 1-3. 11-32

 

~ Convenía celebrar una fiesta y alegrarse,

porque este hermano tuyo estaba muerto,

y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado ~

 

Los cristianos de todos los tiempos, hemos recibido esta hermosa historia que Jesús contó: la historia del “Padre misericordioso”. Es quizás, la parábola que más se ha narrado a lo largo de estos dos mil años. En ella, encontramos una síntesis de la historia de la salvación y también de la historia humana; creo que nadie puede escapar de sentirse involucrado; todos tenemos una historia de familia similar. De solo escuchar hablar a los personajes, uno se ubica tomando su lugar. A veces hemos sido el hijo menor que se fue y falló, y a veces el mayor, nos hemos quedado en casa, pero sin ocupar el lugar de hijos, sino sintiéndonos siervos.

 

En el fondo de esta narrativa, se descubre la figura paterna de Dios y cómo ama a sus hijos. Los Escribas y Fariseos provocan el surgimiento de esta enseñanza de Jesús. No están de acuerdo en que Él trate con tanto favor a los enfermos, publicanos, pecadores y prostitutas, al grado de afirmar que ellos están más cerca del reino de Dios y que Él no había venido por los que se creían justos, sino por los pecadores (5, 32). Jesús les enseña que ellos no saben amar como Dios.

 

Esta bella historia, también nos interpela en sentido global. Nos pone la pregunta del ateísmo y el secularismo en la sociedad. Si como gran familia humana nos hemos apartado del Padre Dios y no queremos reconocernos ni como hijos, ni como hermanos, quiere decir que la familia social también está fracturada.

 

Al hacer la fiesta desde la convocatoria del padre misericordioso: “Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”, entra en escena la alegría; esa que tanto necesitamos para ser plenos, para experimentar el orden y la armonía de nuestras comunicaciones más profundas. ¿Cuánto tiempo hace que no experimentas una alegría grande, así, verdadera, que involucra todo tu ser y tus relaciones?

 

La noche que el hijo menor se fue, en aquella casa las cosas cambiaron; el vacío de su presencia marcó el espacio familiar de manera funeraria. Los que se quedaron no estaban completos. Parece que muchos de nosotros permanecemos así, a veces por años, con un sentido de duelo. Desde esta parábola de Jesús, que enseña que nada hay perdido cuando aceptamos la conversión, hoy queremos hacer la fiesta, pero, ¿cómo?

 

Oración:

Señor Jesús, enséñame a esperar en la conversión. Que vuelva yo a ti, que vuelvan los míos, que volvamos también a ser familia y comunidad; pero que regresemos con cautelo, con respeto, con humildad, mirando por los otros antes que por uno, y regalando el sentido de la gratuidad. Que gocemos inmenso la alegría de estar completos, de ser perdonados, de recibir la misericordia que viene de ti. Que hagamos la fiesta viendo como nuestro padre nos espera por el mismo camino que nos fuimos para cubrirnos de besos. Que nos alegremos con nuestros hermanos menores, que regresemos de estar muertos o perdidos, que regresemos a casa. Amén.

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