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10 septiembre, 2021

Sigamos a la persona

Domingo 12 Septiembre

Marcos 8,27-35

 

Los discípulos de Jesús seguían la imagen de Mesías que tenían en su mente, no tanto a la persona de Jesús. Este problema se trasluce en el Evangelio de hoy. Que la muchedumbre que no es tan cercana a Él diga que Jesús sea Juan Bautista, Elías o alguno de los profetas, es algo comprensible. Identifican a Jesús con un hombre de Dios; pero que los discípulos no lo entiendan en su calidad de Mesías que da la vida, ese sí es un problema.

 

En el Evangelio de Marcos, como sabemos, justo hasta la primera mitad, Jesús aparece ocultando su mesianismo,  para impedir que lo malinterpreten. La gente de su tiempo deseaba y esperaba un Mesías rey davídico que tomaría el poder político, social y religioso y llevaría a Israel a la cumbre sobre todos los pueblos de la tierra. Ese tipo de Mesías, no era Jesús. Por eso cuando Pedro, que tiene esa misma imagen en mente, escucha que Jesús tiene que padecer, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser entregado a la muerte y resucitar al tercer día, intenta disuadir a Jesús.

 

El problema de seguir a la imagen más que a la persona, es una pretensión, a poco soberbia. Esta manera de relacionarnos también sucede hoy, de manera similar. Asistimos al mundo de la imagen ––la que aparece en el monitor o en televisión––, hablamos de realidad virtual, incluso de comunidades virtuales en Twitter o Facebook; son personas que existen, pero no materialmente en un lugar; pareciera que esta es la nueva realidad, y en verdad no es así; la realidad es anterior, está en la materialización del encuentro con la persona concreta. Cuando Jesús pregunta a sus discípulos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”, podemos aducir el sentido de su pregunta como: para ustedes, que han convivido conmigo, que han comido y dormido conmigo, que me han acompañado en el día a día de mi ministerio… ¿quién soy?No quiere que sigan a la imagen, sino a Él, en lo concreto, en la experiencia profunda del amor.

 

Responder a esta pregunta, decir quién es Jesús para nosotros, tiene un efecto psicológico: si digo que es el Mesías, aun asumiendo que tenga que morir en la cruz, digo al propio tiempo, quién soy yo; porque estamos adheridos a Jesús en lo más íntimo. Cuando digo que es mi salvador, digo que soy su seguidor, aunque tenga que acompañarlo en la cruz. Si respondemos hoy a Jesús que nos pregunta: ¿quién dicen ustedes que soy yo? Encontramos la identidad de Jesús y la nuestra también.

 

Puede suceder lo mismo entre nuestras familias, cuando buscamos seguir el éxito de algún miembro a toda costa, y no le permitimos a nuestros seres queridos que se bajen del pedestal donde los hemos puesto. Un padre de familia con sus mejores intenciones, se ha hecho una imagen alta de su hijo, pero debería esperar, siguiéndolo en sus esfuerzos y en su causa, para entender lo que realmente quiere lograr.

 

Sigamos a la persona de Jesús, antes que la imagen mesiánica que tengamos de Él. Sigamos a las personas que amamos, antes que la imagen que nos hemos formado de ellas; esta actitud nos regalará una riqueza inmensa y será una experiencia de liberación.

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